martes, 23 de julio de 2013

Bis nach Salzburg...

Salzburgo es una ciudad que siempre he querido visitar, por eso estaba la primera en mi lista de ciudades austriacas a las que viajar este año. Cuando mencioné a mis dos amigos vieneses mi deseo de pasar un fin de semana en la ciudad, no dudaron en organizar un viaje. La verdad es que fuimos hace dos fines de semana pero no he tenido tiempo todavía para pararme a escribir la entrada… bueno, voy a ser sincera, también me daba pereza sentarme delante del ordenador.

Decidimos salir el sábado temprano y así ahorrarnos la noche de hotel del viernes. Desde Viena a Salzburgo hay unas dos horas y media o tres dependiendo del tráfico; así que como teníamos que salir obligatoriamente por la tarde cuando acabara mis clases, no valía la pena llegar un viernes a las 20h cuando ya está todo cerrado. Por otro lado, Salzburgo es una ciudad muy pequeña que se ve en un día (o en dos si decides entrar en todos los museos y palacios). Nosotros fuimos en coche porque mi amigo podía disponer del coche de su hermano y porque nos permitía hacer alguna parada por el camino, pero también hay otras formas de llegar, el tren es una de ellas.

Nuestro viaje empezó a las 9h de la mañana en la estación de Hütteldorf. Extraño pero cierto, la española fue la primera en llegar, puntualmente a las 9h exactas. Nuestra primera parada fue para abastecernos en el supermercado de botellas de agua fría, zumos y comida para sobrevivir al viaje sin morir de calor y de hambre. Sí, vivo en Austria, pero estamos en plena ola de calor y hace el mismo tiempo que en España (cosa que odio). ¡Ya me gustaría a mí escribir esta entrada viendo llover a través de la ventana, con el olor a lluvia impregnando la habitación y con una taza de té humeante en la mesa!

Bueno, ahora sí, con “I’m gonna be” de The Proclaimers en bucle nos ponemos en marcha hacia Salzburgo. Como fan incondicional de “Cómo conocí a vuestra madre”, esta canción fue un regalo, creo que no hay canción mejor para un viaje por carretera. Sonó como unas cuatro veces seguidas y a cada una de ellas cantábamos más fuerte. Las casi tres horas pasaron muy rápido entre canciones, charlas, risas y comentarios. Dejamos las cosas en la habitación del hotel y después de descansar escasos 20 minutos me dispuse a enseñarles la ciudad (sí, yo, la española).

El hotel no estaba en el centro pero solo nos costaba 5 minutos llegar al Staatsbrücke, el puente principal de la ciudad y una de las puertas al casco histórico. Eran un poco más de las 12h pero estábamos muertos de hambre así que decidimos tomar algo antes de empezar con las rutas. Esta cafetería, llamada Cafe Würfel Zucker, con una terraza preciosa con vistas al río Salzach fue una fantástica elección. Fue muy extraño para mí cuando el camarero vino a tomarnos nota y los dos pidieron una tarta. ¿Merienda en vez de comida? Warum nicht?! (¡¿por qué no?!). Así que me pedí una riquísima Apfelstrudel (un rollito de hojaldre relleno de manzana, pasas y canela) y un cappuccino.

La parte antigua de la ciudad, situada en la orilla izquierda del río, se construyó en estilo barroco y su aspecto es inusualmente uniforme. Pero la mezcla de este estilo con estilos tanto anteriores como modernos, le da un toque especial a sus edificios. La leyenda dice que Salzburgo fue fundada por el obispo Rupert, que llegó con los monjes benedictinos, y el obispo irlandés Virgil, que construyó la primera catedral. Pero por lo que realmente se conoce la ciudad es por ser la ciudad natal de Wolfgang Amadeus Mozart en 1756 y por su prestigioso festival de música que atrae cada año a miles de turistas.

Mozarts Geburtshaus, la casa en la que nació Mozart el 27 de enero de 1756.

Getreidegasse, es una de las calles más largas e importantes de la ciudad. 
Acoge muchísimas tiendas con una decoración medieval.

Residenz Platz

Dom, la Catedral de San Ruperto y San Virgilio (izquierda) y Residenz (detrás de la fuente), la antigua residencia del arzobispo.

Vistas de la catedral desde la subida al castillo.

Vistas del casco antiguo, con la fortaleza de Hohensalzburg al fondo, desde el puente Makartsteg.

Schloss Mirabell

Jardines del palacio Mirabell (Schloss Mirabell)

Después de unas casi 5 horas sin parar de caminar (subida al castillo a las 15h con todo el sol incluida) decidimos volver al hotel para que el conductor pudiese dormir un poco y nosotras asearnos y descansar también para después salir a cenar. No nos complicamos mucho buscando un restaurante, al lado del hotel había un italiano con buena pinta y bien de precio. A continuación decidimos ir a tomar algo a no sé qué sitio que ellos conocían de la última vez que habían estado, así que me dejé llevar. Tras 15 min. andando por la orilla del río sin ver un alma por la calle y de empezar a alejarnos de la civilización, empecé a preguntar dónde íbamos. “Ya verás”, fue la única respuesta que obtuve. Por fin parecía que ya habíamos llegado a nuestro destino aunque parecía más bien un convento y no un club. Se empezaban a oír voces así que al parecer no estaba la ciudad desierta. De repente llegamos a unas puertas enormes de madera después de atravesar pasillos y pasillos y detrás de ellas… ¡Sorpresa! Un Biergarten (“Jardín de cerveza”) precioso y hasta arriba de gente. Barriles y barriles, jarras y jarras de cerveza, gente cantando y brindando alrededor de las mesas. ¡Fue genial! Lástima que debido a mi miedo por perder la cámara me la hubiera dejado en el hotel.


Para acabar con nuestro viaje, el domingo por la mañana disfrutamos de un largo desayuno en el hotel y, como ya habíamos visto la ciudad, decidimos tumbarnos en el césped en la orilla del río y tomar “un poquito” el sol que ya empezaba a caer fuerte, cosa que a ellos no parecía importarles (a mí sí, es la segunda vez que acabo roja como un tomate en este país). Finalmente decidieron enseñarme el palacio de Hellbrunn que está solo a 4km de Salzburgo en dirección a Viena. El palacio era la antigua residencia de verano del arzobispo de Salzburgo que construyó su famoso jardín solo para su diversión. En él se encuentran escondidas fuentes que se activan al azar mojando a los visitantes que tienen la mala suerte de toparse con una de ellas. Una servidora acabó totalmente empapada, tanto que se tuvo que cambiarse antes de subir al coche.

Río Salzach

Y bueno, ese fue el final de un magnífico fin de semana. Después solo nos quedaban tres horas de regreso a la capital  en las que pude desfrutar de un paisaje precioso a ambos lados de la carretera.

Quiero cerrar esta entrada tan larga con una canción de uno de mis cantantes alemanes favoritos, Philipp Poisel, que me ha ayudado a darle nombre a esta entrada y cuya letra no paraba de rondar en mi cabeza durante todo el viaje. Sin duda fue, para mí, la banda sonora.



,,Wenn's mir zu viel wird, 
steige ich aus. 
Und dann steige ich ein, 
in meinen Wagen, 
der wird mich tragen, 
bis nach Paris, 
wo ich auf den Turm steig', 
und die Aussicht genieß'.

Er wird mich tragen, 
bis nach Toulouse, 
und dort hinterlass' ich dir einen Gruß. 
Er wird mich tragen, bis nach Marseille, 
dort ist es okay, dort ist es okay.

Aber schön ist es nicht ohne dich. 

Schön ist es nicht ohne dich.

Wenn's mir zu viel wird,
dann breche ich aus, 
und dann breche ich ein, 
in meinen Wagen, 
der wird mich tragen, 
bis in die Provence.
Du fehlst mir dort sehr, 
doch ich bewahre Contenance.

Schön ist es nicht ohne dich. 
Schön ist es nicht ohne dich."


martes, 16 de julio de 2013

Vivir en Viena: la residencia y el curso de alemán

Creo que ya va siendo hora de que explique cómo es mi vida diaria en Viena. Cuando reservé el curso de alemán desde la página web de la Universidad de Viena, me asignaron automáticamente una residencia de todas las que posee la Universidad. Se suponía que los primeros en ingresar la fianza en su cuenta tendrían las mejores habitaciones y, por lo que he podido escuchar, reservar el curso el mismo día en el que se publican las plazas tiene sus ventajas.

Mi residencia está en Tigergasse (sí, querido lector, has leído bien, en la “calle del Tigre”). Con una fachada azul bastante llamativa que no deja que sus habitantes se equivoquen de edificio cuando vuelven de noche, es conocida por sus fiestas nocturnas… o eso me dijeron los que habían vivido en ella. La verdad es que desde que vivo aquí no se ha escuchado un solo ruido, no se oye ni una mosca. A veces me pregunto si vivo sola aquí pero luego asomo la cabeza a la escalera y se escuchan los gritos del “clan español”.



Y es que mi residencia está plagada de españoles que, como de costumbre, prefieren ir todos juntos y hablar español en vez de practicar alemán o inglés que es para lo que están pagando. En este momento escucho la voz de mi padre en mi cabeza diciendo: “hija mía, qué justita eres”. ¡Pues no! Resulta que ese nombre no se lo he puesto yo, es lo que la gente que conozco de la residencia opina. De momento poca gente por aquí sabe que soy española y espero que siga siendo así porque me niego a hablar español mientras viva en Viena.

El otro día me encontré a dos chicas en el pasillo que hablaban con una rusa y por el acento adiviné que eran de España así que ni corta ni perezosa les pregunté de dónde eran. “Las dos somos españolas”, fue su respuesta (¡punto para mí!), “¿y tú?”. “¿Yo? También soy española”, respondí. La cara de sorpresa de las dos fue de portada de revista y ahora sí, en español comentaron: “¿por qué no se te nota el acento al hablar en inglés?”. En fin, desde entonces intento mejorar todavía más mi acento y pasar desapercibida. ¡Todavía más! Estas dos chicas son de Valencia.

A lo que iba, en mi residencia supuestamente comparto cocina y baño con otra chica pero ésta todavía no ha aparecido así que campo a mis anchas por la habitación las pocas horas que paso en ella. En Tigergasse hay tres tipos de habitación, que yo sepa. La que tengo yo en la que tienes una cocina, una mesa y un baño completo con ducha que compartes con otra persona más y las dos habitaciones separadas, cada una con su llave; otra igual que la mía pero compartida con tres personas más y la última, en la que duermen dos personas en la misma habitación.


La habitación está muy bien, es bastante grande y tiene todo lo que puedas necesitar en el poco rato que pasas en ella. ¡Sí, tengo una tele! Pero no sé si funciona porque todavía no he tenido tiempo para probarla.

Cada mañana cojo die Bim (así es como los vieneses llaman aquí al tranvía) y en cinco minutos estoy en el campus de Alser Straβe, donde damos las clases. La verdad es que he tenido mucha suerte porque el tranvía para en la esquina de mi calle y me deja en la puerta de la universidad. Somos unas 900 personas matriculadas en la universidad para hacer los cursos de alemán y compañeros de otras residencias me han comentado que no tienen forma de llegar con transporte público, que tardan menos andando. 

La verdad es que el campus es muy bonito, lleno de jardines y fuentes que te invitan a bajar en el descanso a tomarte algo al solecito (sí, estos días a la sombra morías de frío sin chaqueta).



En mi clase somos 17 personas de diversos países y continentes: Islandia, Corea del Sur, Ucrania, Reino Unido, República Checa, Azerbaiyán, Israel, Puerto Rico, Perú, España, Rusia, Italia y Bosnia. ¡Creo que no me he dejado ninguno! ¡Y mi profesora, Gerlinde! Es profesora de alemán en la Universidad de Viena desde hace 25 años y tiene un acento “adorable” de las montañas austriacas que a veces dificulta su comprensión pero todo es acostumbrarse. Es muy buena profesora, partidaria de los juegos y la dinámica de grupo más que de los libros y la pura gramática así que estoy aprendiendo mucho con ella. Mañana nos lleva de excursión, ya veremos.


Las clases son cada mañana y duran aproximadamente tres horas así que tengo toda la tarde “libre” para hacer lo que quiera, aunque esta tarde siempre suele empezar con los deberes de alemán y acaba repasando verbos irregulares en pretérito. Lo que está siendo todo un reto es ir a comprar al supermercado. Necesito siempre una hora para cuatro cosas. Benditos diccionario Pons móvil e Internet móvil. ¿¡Qué haría yo sin vosotros!? 

Edificio principal de la Universidad:








viernes, 12 de julio de 2013

Endlich in Wien...

Está pasando lo que no quería que pasara: no estoy escribiendo nada. Hoy hace exactamente una semana desde que llegué a Viena y todavía no he contado nada de mi viaje. En fin, más vale tarde que nunca.

Después de un día entero jugando al tetris con una maleta que no podía pasar de los 23kg y que llegó a pesar 27kg, de momentos de pérdida de los nervios, estrés y esa molesta sensación de que te dejas algo importante... me planté en el aeropuerto con una maleta de mano que pesaba 2 kg más de los que debería, un bolso que parecía más bien otra maleta, un abrigo de piel y una cazadora para combatir los 30ºC de temperatura en el exterior y una maleta que pesó exactamente 23kg y que la señorita de facturación calificó de “heavy” (pesada) y que marcó con un gran cartel naranja.

El vuelo fue de lo más interesante. Muy a mi pesar no me tocaron los dos austriacos altos que estaban detrás de mí en la cola de facturación y que no paraban de mirarme y susurrar, me tocó un matrimonio mayor de Algemesí que iba a visitar a su hijo que estudiaba en Viena. La verdad es que no me puedo quejar, tuve una conversación muy interesante durante las dos horas de viaje, me trataron de maravilla y además pude ejercer de intérprete ya que no entendían ni alemán ni inglés.

Una vez recorrido el cada vez más conocido laberinto que lleva desde la terminal internacional del aeropuerto de Viena hasta la zona de recogida de equipaje más cargada que una burra y de  recoger mi súper maleta sana y salva, me dirigí a la puerta donde me esperaba una amiga austriaca y su padre con un cartel de bienvenida. Este primer fin de semana lo pasaría en su casa con su familia y gracias a ella pude disfrutar de una gran variedad de comida típica, conversaciones en alemán alrededor de la mesa, recorrido por el centro de la ciudad y el cariño y la atención de una familia. Me trataron de maravilla, como a una hija más. Quien dijera que los austriacos eran fríos, se equivocaba. Son muy hospitalarios y te hacen sentir como en casa.

El domingo me acompañaron a la residencia donde tuve que poner en práctica todo el alemán aprendido durante un año para entender a una medio rusa medio asiática con un acento mucho mejor que el de Suiza. Después de recoger todos los papeles a rellenar y normas, obtuve al fin la llave de mi habitación que mucho recuerda a una canción de Taylor Swift. La descripción de la habitación y la residencia, próximamente.

Creo que en total he estado en mi habitación esta semana unas tres horas sin contar las horas dedicadas a dormir. Todas las tardes he salido con mis dos amigos que viven aquí y con sus amigos. Ayer, gracias a la gran cantidad de ejercicios que tenía que hacer para mi clase de alemán, me tuve que quedar en casa. Pero no desperdicié la perfecta tarde que hacía (completamente nublado y unos 20ºC) y salí a pasear en cuanto lo acabé todo.

¿Dónde fui? Cerré los ojos y decidí que visitaría lo que describiera la página por la que la guía de Viena se abriera. Y allí me fui, al Stadtpark o Parque de la Ciudad donde se encuentra la estatua de Johann Strauss hijo, el rey del vals. Era la primera vez que me atrevía a coger el transporte público yo sola y la verdad es que salió bastante bien, pasando por alto el pequeño despiste en la estación de metro de Karlsplatz (la más grande de Viena donde hasta los vieneses se pierden con tantas líneas y enlaces).

Todavía me queda mucho por ver así que espero que los deberes de alemán me dejen escaparme pronto de nuevo.

Paseo al atardecer por el Alte Donau, el antiguo canal del Danubio. Está lleno de embarcaderos y merenderos y es una zona perfecta para un baño. 


Museumsplatz: un lugar de reunión en las tardes de verano.


Kunsthistorisches Museum (Museo de Historia del Arte), la cuarta galería más grande del mundo.


Neue Burg, construido en los últimos años de la monarquía, es el ala más nueva del complejo Hofburg.


Heldenplatz con el Ayuntamiento al fondo.


Kohlmarkt y Michaelerplatz al fondo.


Pestsäule (Columna de la Peste)


Stepahnsdom: La catedral y uno de los símbolos de Viena.


Fantástica cena (a las 18h) en un restaurante típico austriaco.


Vistas de la ciudad desde Krapfenwaldbad, una piscina pública en una de las zonas residenciales.

jueves, 27 de junio de 2013

A little step may be the beginning of a great journey…

… y eso puede que sea lo que me ha llevado hasta Viena.  Apasionada de los idiomas y estudiante de Traducción e interpretación, me dispongo a realizar mi tercer año de carrera en Austria gracias a la “cuantiosa” beca Erasmus. La decisión del destino fue difícil. Desde un principio supe que no quería Inglaterra porque lo que necesito es subir el nivel de mi querida lengua C: el alemán.

Efectivamente, yo también me he sumado a la moda de aprender alemán. Sí, yo, esa persona que una vez dijo que jamás lo estudiaría. La verdad es que mis intereses por esta lengua van mucho más allá de los intereses de la mayoría. Cierta personita (que espero que se dé por aludida si alguna vez lee esto) me descubrió un idioma y una cultura tan bonitas como complicadas y yo siempre se lo agradeceré.

Aprender alemán es todo un reto: memorizar palabras kilométricas e impronunciables, saber cómo y cuándo hay que declinar, aprender el género de todas los sustantivos… y lo más importante: aprender a abrir una cerveza sin usar un abridor. Bromas aparte, para estudiar alemán hay que dedicarle mucho tiempo y ser constante porque es increíble la facilidad con la que se te olvida.

Hoy hace exactamente un año de mi primera clase de alemán. Durante este año han sido incontables las veces en las que he gritado que odio el alemán y que es imposible aprenderlo. Pero yo no tiro la toalla tan fácilmente y allí que me voy, a intentar sobrevivir en Viena un año. Eso sí, dispuesta a aprender y a mejorar todo lo que sea posible.

Esta no será la primera vez que visite Viena. Estuve allí en febrero durante cinco intensos días en los que la media de sueño fueron tres horas diarias. Cinco días que no dieron para poder visitar todo lo que teníamos en mente mientras planeábamos el viaje pero fueron suficientes para que amara más la ciudad. Allí conocí a gente muy interesante, me reencontré con amigos a los que hacía meses que no veía, me inicié en el arte de bailar vals vienés, descubrí el encanto que tiene la ciudad nevada, aprendí a patinar sobre hielo en una plaza totalmente iluminada al anochecer, disfruté de una magnífica pero surrealista  fiesta en un palacio y  descubrí una cultura maravillosa gracias a que me pude hospedar con una familia.


Por todas estas razones no dudé en gritar “Universität Wien” cuando llegó mi turno en la subasta de plazas. Aquella niña que quemó las cintas de vídeo de Sissi de su tía dieciséis años atrás iba a volver a Viena. Estoy segura de que va a ser un año inolvidable.

Todos los blogs que he intentado escribir hasta hoy han caído en el olvido. Por más que he intentado escribir y mantenerlos activos, siempre he acabado cansándome de ellos. Espero que este no corra la misma suerte. Quiero que sea una especie de diario para que la gente que más me importa pueda saber lo que hago durante mi año Erasmus, para que puedan ver todo lo que he aprendido… Pero también me gustaría que sirviera de ayuda para las personas que quieran pedir la beca o que en algún momento quieran visitar Viena.

A 8 días de subirme al avión, en mi mente se acumulan listas de cosas que tengo que llevarme, cosas que no debo olvidar, cosas que tengo que hacer antes de ir, las que tengo que hacer en cuanto llegue, todo lo que quiero ver… De momento puede que la única preocupación importante es que todo quepa en la maleta.


P.D.: Quiero dar las gracias a Laura por esta foto tan bonita de los jardines del Palacio de Schönbrunn. Sin duda una de mis fotos favoritas de nuestro primer viaje a Viena.